Mi nombre es Sara Carolina Castillo, hondureña por nacimiento, con 28 años de edad, crecí junto a mis padres y soy la menor de dos hermanos varones. Actualmente, soy pasante de la carrera de Odontología, toco la batería, asisto a la iglesia Tsebaoth y practico las artes marciales – Karate y KRAV MAGA. Quiero iniciar agradeciendo a Dios por este tiempo y a la bellísima creadora de Honduras y Desafíos, Lucrecia Hernández, por permitirme compartir junto a mujeres increíbles, únicas y sobre todo dignas de admirar.
Quiero hacer énfasis específicamente en esta pequeña área de mi vida. Influenciada por mi Padre, mi profesor de Karate, comencé a la edad de 6 años a practicar. Llegaba de la escuela, hacia mis deberes y luego me preparaba para la asistir a la clase. Había días buenos, días no tan buenos, pero siempre procuraba asistir a la clase. Además de ello, no me podía escapar puesto que la escuela de Karate está un piso arriba de mi casa. Curiosamente, ante los ojos de los demás, por lo general, tanto en mi niñez, mi adolescencia y aun en la actualidad, la mayoría de personas me ven como la chica ruda, la que se las sabe todas, la que no le teme a nada y la que incluso nadie se iba a meter conmigo. Me comparaban o criticaban porque aun con tacones y maquillaje sabía manejar un arma, manejar algunas armas de defensa… me parecía cómico. Otros lo miran desde un punto de vista en donde se preguntan como una mujer puede llegar a tanta rudeza y mantienen una idea que esto solo es un deporte para hombres.
En este deporte pude conocer muchísimas personas de varios países, de varias edades y varias culturas. Lo que más me llamo la atención de cada uno, sin importar de donde eran, era la disciplina, los deseos de superación, la seguridad que se podía ver reflejada en cada una de ellos y sobre todo, por sus experiencias vividas, torneos ganados, entre otras cosas. Teníamos algo en común, y era que ninguno de nosotros, por más entrenamientos rudos que tuviéramos, estaba preparado para combatir con las cosas que la vida nos lanza. Logre aprender de una alumna de mi padre, ella viajo por muchos países y sobre todo era una mujer que en su vida presentaba altos y bajos, pero nunca bajaba la guardia. Nunca perdía la disciplina ni el entrenamiento, ella no permitía que la vida la empujara y no dejaba de ganar campeonatos. Me enseño que no solo se combatía sobre el tatami (para otros más conocido como la colchoneta donde nosotros practicamos), sino que también existía el combate de nuestras vidas.
Entrando a mi adolescencia, conocí de Dios, logré incorporarme a la iglesia Tsebaoth donde actualmente asisto y sirvo Logré tener un encuentro muy cercano con Dios y a un grupo de adolescentes les pude enseñar lecciones y a prepararse físicamente para combatir pero también les pude enseñar la importancia de tener a Dios en nuestras vidas y como así se puede combatir de una forma mas segura. Realmente que es una perfecta combinación. Podía ver como campeones nacionales e internacionales, luchaban con etapas de su vida en donde no bastaba una buena técnica, no bastaba un buen ataque, había algo más que eso. Me enseñaron a tener disciplina, a ser constantes y nunca bajar la guardia ante cualquier circunstancia y sobre todo tener a Dios en sus vidas. Mujer que hoy me estás leyendo, quiero que aun sin haber tenido una clase de karate, puedas levantar tus manos, ponerte en guardia y confiar en ti misma, confiar que, aunque nunca se va a estar preparado para los golpes con los que la vida nos pueda sorprender, sí podemos mantenernos firmes, en posición y con una guardia en alto, demostrando que somos más capaces de lo que creemos o imaginamos ser. Que si nos caemos, nos levantamos y volvemos a tomar la posición, que la vida no nos va a agarrar desprevenidas y si lo hace ,a saber combatir con cualquier cosa que se nos interponga.
No hay mejor entrenamiento para la vida que creer, confiar y conocerse a uno mismo. Después de todo, muchas experiencias vividas en cada torneo y entrenamiento y con el pasar de los años, sigo siendo para muchos aquella chica ruda, que con el pasar de los tiempos sabe utilizar un arma y defenderse por sí sola, pero también la mayoría han podido notar que más que recibir mis clases, memorizar mis técnicas, aprendí a enfrentarme a la vida, a ponerme con la guardia en alto, a tener a Dios de mi lado y confiar en lo que la vida me tenga preparado, a levantarme las veces que sea necesario. Enseñémosle a la vida que aun con tacones, podemos ponernos en nuestra mejor posición y adoptar nuestra mejor guardia. No dudo que los tiempos de Dios son perfectos y lo que llega a nuestras vidas siempre pasara con un propósito. No se trata de pelear para ganar, se trata de que la vida no nos sorprenda desprevenida y siempre mantener nuestra guardia en alto. Espero nunca se cansen de pelear por lo que anhelan en sus vidas, por lo que les pertenece. Y Sobre todo teniendo a Dios en sus vidas.
Mujeres espero que nunca nadie les haga creer que nosotras no podemos con el combate de nuestras vidas porque somos capaces de eso mucho más.
Saludos y mucho cariño.
Sara.